Cuenta la leyenda que hace miles de años existía un ser mágico llamado Cigü, al cual sólo los niños y niñas más valientes podían ver…
Se decía que su cuerpo estaba recubierto de seda blanca y que al moverse desprendía polvo de estrellas mágicas. Era veloz y fuerte. Capaz de recorrer miles y miles de kilómetros, cruzar fronteras entre países, estar una mañana en Oriente y al caer el sol en Occidente… y siempre, siempre, guardaba en su capa azul pequeños tesoros.
Todos los sabios, científicos, físicos y astrónomos del mundo intentaban predecir cuando serían visitados por Cigü. Pero ninguno lo conseguía, porque sólo un recién nacido tenía ese don. Así pues, cuando un bebé venía al mundo, se creaba un gran revuelo en los pueblos y ciudades. ¡Todos deseaban ver al ser mágico! Pero no era fácil…
Un día, un sabio ambicioso y malvado, ideó un plan para dar caza a Cigü. Y con ayuda de otros sabios instaló una red invisible alrededor de todas las cunas del mundo. Con el fin de atrapar a Cigü cuando fuera a visitar a sus amigos los bebés.
La noche del 24 de Diciembre, Cigü fue a visitar a un niño que nació entre las arenas del desierto, sin cobijo alguno y con el frío de los vientos. Cuando Cigü se acercó al bebé sonriente, éste se abrazó a su cuerpo de seda y muy bajito al oído le dijo: yo soy sólo un bebé, pero como todos soy especial. Esta noche amigo Cigü, alguien querrá hacerte daño, pero no lo conseguirán, sin embargo ten cuidado.
Cigü siguió su viaje en busca de llevar alegría a otros bebés del mundo, y cuando llegó a su destino, el mal le acechaba. Sentía escalofríos, presentía que algo iba a suceder. ¡De repente, algo pesado cayó sobre él! ¡Pobre Cigü! ¡Se veía atrapado, sin poder moverse, a penas podía respirar! “¡Qué será de los niños!”, pensaba él.
Oía voces adultas que reían y gritaban: ¡lo tenemos! ¡ha caído en la red! ¡ahora serás sólo nuestro! ¡ven aquí!
Cigü, atemorizado pero valiente él, intentaba con todas sus fuerzas deshacerse de la red, pero era imposible.
Cuando de repente… Sintió el llanto de un niño, que a los pocos segundos contagió a todos los bebés del mundo rompiendo a llorar todos al mismo tiempo y sin cesar. Tan intenso era el llanto que mares y ríos despertaban enfurecidos y todo en la faz de la tierra temblaba.
Cigü, sorprendido, empezó a sentirse cada vez más ligero,¡la red se estaba deshaciendo en pedazos! ¡El llanto de los bebés consiguió liberarlo!
Desde ese día, cada vez que nace un bebé, Cigü, en agradecimiento, bendice con un don muy, muy especial a cada niño y niña del mundo: llorar al nacer.
¡Feliz Navidad!
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