7 de la mañana, suena el despertador, salto de la cama cual canguro en Australia. Hora de empezar el día, levantar, asear y desayunar a los peques, no sin antes haber preparado la ropa, y dejado los zapatos, mochilas y chaquetas en la entrada.
Siempre a ritmo frenético pues el tiempo apremia y ellos van despacio… empieza la primera batalla; llegado el momento de salir; primero y con el arte de la negociación tengo que estipular quien sale primero, quien enciende la luz de la escalera, quien baja primero y quien abre la puerta de la portería, todo ello sin desfavorecer a ninguno.
Una vez en la calle, nos dirigimos a coger el tren, por el camino no hay problemas, pues hay muchas cosas con las que distraerse y de las que hablar.
Pero al llegar a la estación, y aquí tengo que agradecer a las buenas personas que reparten diarios gratuitos que no les importen dar dos ejemplares de cada, y ni hablar si además ofrecen algún regalo. ¡Segundo asalto! Hora de pactar otra vez… quien toca el botón de llamada fuera y dentro del ascensor y quien toca el botón de abrir la puerta del tren y quien lo hará al salir.
Una vez dentro empieza la carrera por la pole position para sentarse junto a la ventanilla, aquí tengo que decir, que la paciencia de una empieza a agotarse y muchas veces termina la negociación amistosa y empieza una opa hostil. Por el camino, intento relajarme, pero pocas veces lo consigo, quejas, lloros y peleas por un juguete, por tocar la mochila del otro, o por hablar primero, es igual, la cuestión es decir… YO PRIMERO…. Ahh! insoportables palabras.
Y así cada día, 2 veces al día; muchas veces la gente ya un poco mayor me pregunta por el nombre de los niños, y de los bebés (los gemelos) Cuando les contesto Alex y David, Daniel y Pablo se echan las manos a la cabeza… y yo me pregunto ¿no habré escogido bien los nombres de bebés?
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